PRESENTACION

Estos cuentos están dirigidos a todos los niños. ya que despertara su imaginación, emoción, creatividad y curiosidad.


Así como los conocimientos y valores que los niños obtienen en las escuela, también son importantes los cuentos pues nos enseñan mucho, nos llenan de valores de los cuales podemos aprender y poner en práctica en el transcurso de nuestras vidas por eso son importantes para el desarrollo integral del niño ya que a través de ello se forma una fuente creadora que ayudara al infante a tener un lenguaje correcto, una gran imaginación y un mejor desenvolvimiento.
Lic. Coca Ramírez, Susan

sábado, 15 de agosto de 2009

MI PEQUEÑO DUMBO

Soy el oso hormiguero, y les voy a contar una historia única. Si les digo que en el zoológico había una excitación y un revuelo poco común, no les miento... a pesar de mi larga nariz.

Nacía el primer día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles, transformándolas en mullidos ríos dorados.

El sol asomaba, todavía con un poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria tarea de iluminar la vida.

Y hablando de vida y de iluminar... todos los animales estábamos esperando al nuevo integrante de la familia de los paquidermos.

Justamente HOY era el día de llegada del nuevo pequeñín.

La gente hacía cola para ver al bebé recién nacido. En la entrada del zoológico había largas filas de chicos para votar el nombre que le pondríamos.

Mi jaula, que estaba justo frente al terreno de los elefantes, me permitía observar todo lo que allí ocurría, casi sin perder detalle.

Pasó el tiempo, y Dumbo, así lo habíamos llamado al bebé que hoy ya tiene 5 años, veía que era un tanto diferente de sus padres. La trompa no le crecía, su boca era enorme y llena de dientes, arrastraba la panza al caminar y tenía una larga y robusta cola.

- Mamá -, decía el pequeño, - me da la sensación que no me parezco demasiado a ustedes... que soy muy diferente. -

Dos días transcurrieron con la inquietante pregunta de Dumbo, hasta que una tarde, cuando la gente ya se había marchado, los orgullosos papás elefantes se sentaron a charlar con su pequeño hijo.

Entonces le explicaron que como mamá no podía tener elefantitos en su panza, habían decidido adoptar un bebé... y tuvieron la suerte de tenerlo a él. Que es un tanto diferente, es cierto... después de todo había salido de la panza de una "cocodrila". Pero a quién podía importarle si tenía orejas grandes o casi invisibles...?

Después de todo y con todo, un hijo es un hijo tal como es, y se lo conoce por el corazón y no por el color o la forma.

"El amor es el único capaz de decidir quién es hijo de quién."

El elefantito con aspecto de cocodrilo, se quedó pensando un buen rato. Luego, miró a sus padres y les dijo:

- Mami, papi,... ahora sí que los quiero mucho más que antes.-

Desde mi jaula, pude entonces ver un nuevo milagro. Mientras Dumbo dormía, comenzó a crecerle una pequeña y hermosa trompita. Y que a nadie le quepa duda, que esta transformación era debido al fuerte sentimiento de amor que unía a esta gran familia.

Ustedes se preguntarán como es que yo sé tanto de esto... Bueno, les diré que la familia de este oso hormiguero que les habla, está formada por un papá oso gris y una mamá panda.

El sol comenzó a esconderse dejando que la luna se refleje en el lago de los flamencos rosados... el silencio absorbió el bullicio de la multitud, y el otoño siguió su camino hacia el no tan frío invierno del Jardín zoológico.

FIN

MARIA Y JOSE

En un pueblito, llamado ámbar se encontraban dos niños. Uno de ellos se llamaba José, y el otro Maria.
José y Maria eran muy buenos amigos desde pequeños.
Todos los días en las tardes Maria y José jugaban en la plaza de aquel pueblito, en aquella plaza se podía apreciar un hermoso pino, que era muy alto, y además grandes lomas y un rió muy grande. En las mañanas los niños estudiaban juntos en la misma escuela, jugaban en el recreo y se sentaban siempre a estudiar juntos.
Un día Maria invito a José a la casa de su abuelo, que tenia muchos ganados, entre ellos vacas, ovejas, caballos, y unos pequeños burritos, a Maria y José le gustaban mucho montar, así que se subieron a uno de ellos, pero un burro, estaba enfermo, cansado, por que cuando subió José, el burrito se dio muchas vueltas, cayendo José al suelo.
Fue entonces cuando Maria desesperada corrió a llamar a los padres de José, quienes muy angustiados fueron a socorrer a su hijo.
Cuando llegaron al hospital más cercano al pueblo, José lloraba mucho ya que se fracturo fuertemente la pierna y no podía caminar.
Al regreso ya a la ciudad, Maria estaba triste, pero alegre por que estaba de regreso con su querido amigo, y aunque el no pueda caminar, Maria seguía como siempre, visitando y jugando con José en su casa.
Aquel día fue muy desagradable para ambos, pero como grandes amigos que eran, prometieron estar siempre juntos.

Fin

jueves, 13 de agosto de 2009

MALU Y LA HADA

Hoy Malu ha llegado hasta aquí buscando algo, ¿qué será?
- ¡Hola, soy Malu!
- Hola, respondió el ratón Brillo Dorado, mientras apuntaba en su libreta de notas con su gran lápiz también dorado.
- ¿Qué haces? –preguntó Malu.
- Tengo que anotar a todos los visitantes. Eres la visitante número 3.
- ¿Número 3?, pensé que aquí venían muchos niños y niñas de todo el mundo.
- Tienes razón, en realidad ese es mi número favorito, ji, ji, ji, se rió Brillo Dorado.
- ¿Y qué haces por aquí?, este es un lugar muy lejano.
- Mamá me ha enviado, estoy buscando al Hada de la Obediencia, necesito hablar con ella.
- Pues hoy es tu día de suerte, yo te llevaré, dijo Brillo Dorado.

Es así como juntos emprendieron el viaje. Subieron sobre unas nubes que los transportaron por el cielo y durante el trayecto adoptaban diversas formas, ¡eran hermosas!
Luego bajaron cerca de un río con aguas cristalinas, treparon sobre una hoja de eucalipto se dejaron llevar por las aguas hasta la próxima orilla, ¡Todo era muy divertido!

Al final del camino había un castillo muy pequeñito, y Brillo Dorado dijo:
- Aquí es, ya llegamos, yo puedo entrar porque soy pequeño, pero tú necesitas pasar por la prueba de la humildad.
- ¿Cómo es eso? – preguntó Malu.
- Sólo párate frente a la puerta y si tu corazón tiene dentro el sentimiento de humildad te harás pequeña y podrás entrar.
- ¿Y si no resulta?, tengo miedo Brillo Dorado –dijo Malu.
- No te preocupes, eres una buena niña. Todo saldrá bien.

Entonces Malu se paró frente a la puerta del pequeño castillo y de pronto, como por arte de magia, se hizo tan pequeña que pudo entrar fácilmente.
- Qué bueno, ya estamos adentro, -se alegró Malu, vamos a buscar al hada de la Obediencia, amigo ratoncillo.
En medio de un gran altar estaba el Hada, con una sonrisa hermosa.
- Hola, Malu, ¿Qué te trae por aquí?, -preguntó el Hada.
- ¿Cómo está usted, señora Hada?, necesito saber el secreto de la obediencia, pues me está resultando difícil ser obediente con mamá.
- Es fácil, querida amiga. ¿Recuerdas las nubes que te trajeron y el río en el que navegaste hasta acá? Pues ser obediente es ser como las nubes que pasan adoptando la forma que el viento les da, son hermosas y pueden ir fácilmente a cualquier lugar. También ser obediente es ser como el agua que fluye, que corre hacia abajo y llega al océano.

El que es obediente tiene ventaja ante Dios, no es una tarea fácil pero te ayudará mucho a escuchar y aceptar las opiniones de los demás.
Luego le dio un abrazo a Malu y salió por la ventana.
Malu, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en su cuarto. Ese día había aprendido mucho.

LAS HISTORIAS DEL SOL

-¡Ahora voy a contar yo! -dijo el Viento.
-No, perdone -replicó la Lluvia-. Bastante tiempo ha pasado usted en la esquina de la calle, aullando con todas sus fuerzas.
-¿Éstas son las gracias -protestó el Viento- que me da por haber vuelto en su obsequio varios paraguas, y aún haberlos roto, cuando la gente nada quería con usted?
-Tengamos la fiesta en paz -intervino el Sol-. Contaré yo.
Y lo dijo con tal brillo y tanta majestad, que el Viento se echó cuan largo era. La Lluvia, sacudiéndolo, le dijo:
-¿Vamos a tolerar esto? Siempre se mete donde no lo llaman el señor Sol. No lo escucharemos. Sus historias no valen un comino.
Y el Sol se puso a contar:
-Volaba un cisne por encima del mar encrespado; sus plumas relucían como oro; una de ellas cayó en un gran barco mercante que navegaba con todas las velas desplegadas. La pluma fue a posarse en el cabello ensortijado del joven que cuidaba de las mercancías, el sobrecargo, como lo llamaban. La pluma del ave de la suerte le tocó en la frente, pasó a su mano, y el hombre no tardó en ser el rico comerciante que pudo comprarse espuelas de oro y un escudo nobiliario. ¡Yo he brillado en él! - dijo el Sol -. El cisne siguió su vuelo por sobre el verde prado donde el zagal, un rapaz de siete años, se había tumbado a la sombra del viejo árbol, el único del lugar. Al pasar el cisne besó una de las hojas, la cual cayó en la mano del niño; y de aquella única hoja salieron tres, luego diez y luego un libro entero, en el que el niño leyó acerca de las maravillas de la Naturaleza, de la lengua materna, de la fe y la Ciencia. A la hora de acostarse se ponía el libro debajo de la cabeza para no olvidar lo que había leído, y aquel libro lo condujo a la escuela, a la mesa del saber. He leído su nombre entre los sabios -dijo el Sol-. Se entró el cisne volando en la soledad del bosque, y se paró a descansar en el lago plácido y oscuro donde crecen el nenúfar y el manzano silvestre y donde residen el cuclillo y la paloma torcaz. Una pobre mujer recogía leña, ramas caídas, que se cargaba a la espalda; luego, con su hijito en brazos, se encaminó a casa. Vio el cisne dorado, el cisne de la suerte que levantaba el vuelo en el juncal de la orilla. ¿Qué era lo que brillaba allí? ¡Un huevo de oro! La mujer se lo guardó en el pecho, y el huevo conservó el calor; seguramente había vida en él. Sí, dentro del cascarón algo rebullía; ella lo sintió y creyó que era su corazón que latía.
Al llegar a su humilde choza sacó el huevo dorado. «¡Tic-tac!», sonaba como si fuese un valioso reloj de oro, y, sin embargo, era un huevo que encerraba una vida. Se rompió la cáscara, y asomó la cabeza un minúsculo cisne, cubierto de plumas, que parecían de oro puro. Llevaba cuatro anillos alrededor del cuello, y como la pobre mujer tenía justamente cuatro hijos varones, tres en casa y el que había llevado consigo al bosque solitario, comprendió enseguida que había un anillo para cada hijo, y en cuanto lo hubo comprendido, la pequeña ave dorada emprendió el vuelo.
La mujer besó los anillos e hizo que cada pequeño besase uno, que luego puso primero sobre su corazón y después en el dedo.
-Yo lo vi -dijo el Sol-. Y vi lo que sucedió más tarde.
Uno de los niños se metió en la barrera, cogió un terrón de arcilla y, haciéndolo girar entre los dedos, obtuvo la figura de Jasón, el conquistador del vellocino de oro.
El segundo de los hermanos corrió al prado, cuajado de flores de todos los colores. Cogiendo un puñado de ellas, las comprimió con tanta fuerza, que el jugo le saltó a los ojos y humedeció su anillo. El líquido le produjo una especie de cosquilleo en el pensamiento y en la mano, y al cabo de un tiempo la gran ciudad hablaba del gran pintor.
El tercero de los muchachos sujetó su anillo tan fuertemente en la boca, que produjo un sonido como procedente del fondo del corazón; sentimientos y pensamientos se convirtieron en acordes, se elevaron como cisnes cantando, y como cisnes se hundieron en el profundo lago, el lago del pensamiento. Fue compositor, y todos los países pueden decir: «¡Es mío!».
El cuarto hijo era como la Cenicienta; tenía el moquillo, decía la gente; había que darle pimienta y cuidarlo como un pollito enfermo. A veces decían también: «¡Pimienta y zurras!». ¡Y vaya si las llevaba! Pero de mí recibió un beso -dijo el Sol-, diez besos por cada golpe. Era un poeta, recibía puñadas y besos, pero poseía el anillo de la suerte, el anillo del cisne de oro. Sus ideas volaban como doradas mariposas, símbolo de la inmortalidad.
-¡Qué historia más larga! -dijo el Viento.
-¡Y aburrida! -añadió la Lluvia-. ¡Sóplame, que me reanime!
Y el Viento sopló, mientras el Sol seguía contando:
-El cisne de la suerte voló por encima del profundo golfo, donde los pescadores habían tendido sus redes. El más pobre de ellos pensaba casarse, y, efectivamente, se casó.
El cisne le llevó un pedazo de ámbar. Y como el ámbar atrae, atrajo corazones a su casa; el ámbar es el más precioso de los inciensos. Vino un perfume como de la iglesia, de la Naturaleza de Dios. Gozaron la felicidad de la vida doméstica, el contento en la humildad, y su vida fue un verdadero rayo de sol.
-¡Vamos a dejarlo! -dijo el Viento-. El Sol ha contado ya bastante. ¡Cómo me he aburrido!
-¡Y yo! -asintió la Lluvia.
¿Qué diremos nosotros, los que hemos estado escuchando las historias? Pues diremos:
¡Se terminaron!

Fin

LA VERDADERA AMISTAD

Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Salí y luz.
Un día salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a su amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba cómo le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.
Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando. Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga. No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.

Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en la sinceridad.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado,

LA VAQUITA SOÑADORA

Había una vez en un campo de Santa Fe, una vaca soñadora, que no veía las horas, para que pase el tren. Será talvez, por su aire de grandeza, es que movía su cabeza, para verlo pasar. Todos los días la misma historia, para ella seria la gloria, si algún día podría viajar. Conocer Buenos Aires, los teatros y las revistas. Y conseguir alguna entrevista con algún galán de novela, ese hombre que tanto la desvela y lo ve solo por la tele. Ella no lo podía fingir tanto nervio que sentía, su televisión.

Como soñar no cuesta nada, todas las noches le pedía a su hada, que se hiciera realidad. Por esas cosas del destino o a lo mejor fue respuesta a sus pedidos, es que el tren un día paró, por desperfecto de la maquina y frente al campo se quedó. La vaca soñadora no lo podía creer y le pidió con tanta fe a su santo San Roque, ¡Por favor que hoy me toque! y le inviten a subir. El corazón le latía, mientras se despedía de las demás. Y así partió la vaca rumbo a la gran ciudad, sentada en soledad por la ventanilla saludaba, a sus amigas le tiraba besitos de despedida, prometiéndoles regresar. Mucho tiempo pasó, nadie supo mas de ella, quizás ya sea una estrella, que triunfa en Buenos Aires y de nosotras se olvidó.

Pero un día el tren paró, en el campo de Santa Fe, y no podían creer cuando ella se bajó. Estaba distinta, estaba delgada y de las piernas le colgaba unas cadenas importantes y aunque no era como antes, sus amigas la querían igual y con gran algarabía la salieron a encontrar. Ya hablaba distinto, hablaba aporteñada, decía que añoraba a sus amigas de la infancia y con tantas ansias volvió a su campo natal. Contaba con lágrimas en los ojos que no pudo cumplir sus sueños ni antojos y que por caminar en una avenida estuvo presa en Buenos Aires. ¡Esto sí que es vida! ¡Esto es tranquilidad! Aquí en mi campo puedo caminar, aunque arrastrando mis cadenas. No será Buenos Aires, pero sí, es un Aire Distinto, si se vive en libertad.

FIN

UNA NUEVA AMIGA

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano.
¡Era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales.

Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas.
La cebra, unas rosadas con moños muy grandes.
El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes.
Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Ahhh, ahhhh, ¡que alguien me ayude! Gritó la jirafa. Y todos los animales se quedaron mirándola.

Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga.
Fin y colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.

LA HORMIGUITA SASI

La historia pasó en un hormiguero muy bien escondido, repleto de ventanitas, donde se ven entrar y salir permanentemente a los movedizos habitantes durante todo el día. Un verano, Margarita vio a una hormiga que se esforzaba de un modo original, y le llamó la atención. Era la hormiga Sasi, hermana mayor de una numerosa familia de catorce hijos. Sus papás contaban con ella para que después del colegio o de jugar, los ayudara a juntar palitos, semillas y hojas que servían para alimentarse durante el invierno.

Ese verano en particular, Sasi había trabajado mucho, porque su mamá se había ido de viaje unos días a visitar a Petina, una tía anciana que vivía en un hormiguero lejano. Margarita nos contó que era en la otra punta del terreno.
Sasi deseaba que, al regresar, su mamá pudiera descansar y contarle todas las cosas que había visto en el camino. Por eso, trabajó casi sin descansar juntando hojas, durante el tiempo que su mami no estuvo. Así, el depósito de la casa ¡había quedado repleto de palitos y hojas!

El día del regreso había llegado y Sasi se esmeró aún más: preparó una bella mesa para tomar el té, con tarta de frutillas, su preferida, y cuando terminó dijo: “Voy descansar en el sillón hasta que mamá abra la puerta”. Pero, tan, tan cansada estaba que se quedó dormida y cuando llegó Enriqueta (así se llamaba su mamá) ¡no la pudo despertar! Durmió casi un día entero. Es que Sasi se había esforzado al punto de quedar exhausta y no pudo disfrutar de lo que más deseaba...
Al despertar, Enriqueta o Queta como le decían todos, estaba a su lado acariciándola y susurrándole:
- mi laboriosa hormiguita, gracias por todo lo que te esmeraste, pero no era necesario que lo hicieras vos sola, estaban tus hermanos para ayudarte.

Al fin, pudieron conversar, Queta le contó del paisaje florido que había visto en el camino, y le trajo de regalo unas ricas hojas de Arándano de la casa de Petina.
Sasi había aprendido una gran lección: no olvidarse de descansar y de disfrutar, a pesar de lo que se propusiera hacer. Por eso, dijo:
-Después de todo lo primordial es compartir con los que amo lo mejor de mí. Y si sólo pienso en trabajar me pierdo lo importante.

Sasi siguió siendo una hormiga hacendosa pero más feliz. Es que había aprendido que llevar la carga tiene sentido, si nos queda alegría y tiempo para amar.
Fin

EL NIÑO MALCRIADO

Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; afuera llovía a cántaros, pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas.
-Ni un pelo de la ropa les quedará seco a los infelices que este temporal haya pillado fuera de casa -dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.
-¡Ábrame! ¡Tengo frío y estoy empapado! -gritó un niño desde fuera. Y llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caía furiosa y el viento hacía temblar todas las ventanas.
-¡Pobrecillo! -dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío; de no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del tiempo.
-¡Pobre pequeño! -exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano-. ¡Ven conmigo, que te calentaré! Voy a darte vino y una manzana, porque eres tan precioso.
Y lo era, en efecto. Sus ojos parecían dos límpidas estrellas, y sus largos y ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un verdadero angelito, pero estaba pálido de frío y tiritaba con todo su cuerpo. Sostenía en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la humedad, los colores de sus flechas se habían borrado y mezclado unos con otros.
El poeta se sentó junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, le escurrió el agua del cabello, le calentó las manitas en las suyas y le preparó vino dulce. El pequeño no tardó en rehacerse: el color volvió a sus mejillas y, saltando al suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.
-¡Eres un chico alegre! -dijo el viejo-. ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Amor -respondió el pequeño-. ¿No me conoces? Ahí está mi arco, con el que disparo; puedes creerme. Mira, ya ha vuelto el buen tiempo, y la luna brilla.
-Pero tienes el arco estropeado -observó el anciano.
-¡Mala cosa sería! -exclamó el chiquillo, y, recogiéndolo del suelo, lo examinó con atención-. ¡Bah!, ya se ha secado; no le ha pasado nada; la cuerda está bien tensa. ¡Voy a probarlo!
Tensó el arco, le puso una flecha y, apuntando, disparó certero, atravesando el corazón del buen poeta.
-¡Ya ves que mi arco no está estropeado! -dijo, y con una carcajada se marchó.
¿Se había visto un chiquillo más malo? ¡Disparar así contra el viejo poeta, que lo había acogido en la caliente habitación, se había mostrado tan bueno con él y le había dado tan exquisito vino y sus mejores manzanas!
El buen señor yacía en el suelo, llorando; realmente lo habían herido en el corazón.
-¡Oh, qué niño tan pérfido es ese Amor! Se lo contaré a todos los chiquillos buenos, para que estén precavidos y no jueguen con él, pues procurará causarles algún daño.
Todos los niños y niñas buenos a quienes contó lo sucedido se pusieron en guardia contra las tretas de Amor, pero éste continuó haciendo de las suyas, pues realmente es de la piel del diablo. Cuando los estudiantes salen de sus clases, él marcha a su lado, con un libro debajo del brazo y vestido con levita negra. No lo reconocen y lo cogen del brazo, creyendo que es también un estudiante, y entonces él les clava una flecha en el pecho.
Cuando las muchachas vienen de escuchar al señor cura y han recibido ya la confirmación él las sigue también. Sí, siempre va detrás de la gente. En el teatro se sienta en la gran araña, y echa llamas para que las personas crean que es una lámpara, pero ¡quizá! demasiado tarde descubren ellas su error. Corre por los jardines y en torno a las murallas.
Sí, un día hirió en el corazón a tu padre y a tu madre. Pregúntaselo, verás lo que te dicen. Créeme, es un chiquillo muy travieso este Amor; nunca quieras tratos con él; acecha a todo el mundo. Piensa que un día disparó una flecha hasta a tu anciana abuela; pero de eso hace mucho tiempo. Ya pasó, pero ella no lo olvida. ¡Caramba con este diablillo de Amor! Pero ahora ya lo conoces y sabes lo malo que es.

EL NIÑO HEROE

Era su segundo día de clases. Henrich se sentó en el primer pupitre del salón, al lado de la ventana, como le recomendó su mamá.
La profesora entró en clase y les dijo "buenos días". Hoy vamos a estudiar algunos animales. Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la humanidad, fuerte, de largas orejas, y…
"Como Henrich", la interrumpió una voz que salía de atrás del salón.

Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y miraban a Henrich.
¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había dicho.
Fue luís, dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso de cinco años.

Niños, niños, dijo Mila con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en mi salón. Todos guardaron silencio, pero se oía algunas risitas.

Un rato después una pelota de papel goleó la cabeza de Pedro. Al voltear no vio quién se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las láminas de animales que mostraba Mila. Estaba muy triste pero no lloró.

En el recreo Henrich abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso bocadillo que su mamá le había preparado. Dos niños que estaban cerca le gritaron: "orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno", y echaron a reír. Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y murmuraban. Henrich entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus orejas un poco más grandes. "Como su abuelo Rufino", le había oído decir a su papá una vez.

De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salí mucho humo. Henrich se acercó y vio a varios niños encerrados sin poder salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los cerrojos. A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando, gritando y muy asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían. Los profesores no se habían dado cuenta del peligro, y ninguno de los niños se atrevía a hacer nada.

Henrich, sin dudarlo un segundo, dejó su lonchera y corrió hacia la puerta del salón y a pesar del humo y del calor que salía, agarró la escoba que la trababa y la jaló con fuerza.
Los niños salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henrich se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor. Los niños que se habían burlado de él estaban apenados.

En casa, Henrich contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos estaban orgullosos de él.
Al día siguiente, ningún niño se burló de Henrich. Habían entendido que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en cambio el valor de Henrich al salvar a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.

Cuento que fomenta la tolerancia y autoestima.

EL GIGANTE MALO

Érase una vez una abuelita que vivía con sus tres nietas. Las tres niñas ayudaban en las tareas del hogar por el cariño que sentían a su abuela.
Un día la abuelita les dijo que en cuanto acabaran cada una de ellas su faena de la casa, podían bajar a la bodega a merendar pan con miel.
Al poco rato la pequeña de las tres hermanas acabó su labor y marchó a la bodega.
Nada más llegar, en la puerta y sin llegar a entrar, escuchó una voz que cantaba:
- Pequeña, pequeñita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿De dónde ha salido esa voz? se preguntó la pequeña, y decidió entrar.

Zas!! en ese mismo momento el gigante malo la metió en un saco y la cerró.
Al cabo de media hora, la hermana mediana acabó su labor y le dijo a su abuelita que marchaba a merendar pan con miel a la bodega.
-Está bien - le dijo la abuelita - y de paso dile a tu hermana que está tardando demasiado en volver a casa.
-Muy bien abuela, se lo diré.

En cuanto llegó a la puerta de la bodega, justo antes de entrar, escuchó una voz que cantaba:
-Mediana, medianita, no vengas acá, tralará, tralará...
-¿Quién anda ahí? Preguntó la niña, y aunque no escuchó respuesta, decidió entrar.

Zas!! De nuevo el gigante malo encerró a la hermana mediana en el saco junto a la pequeña.
Pasado ya medio día, la abuela se acercó a la hermana mayor y le preguntó -¿Todavía no has acabado?
-Me falta poco abuelita, ya voy.
-Hazme un favor, déjalo ya, acércate a la bodega a ver que hacen tus hermanas, se está haciendo muy tarde...

Y así lo hizo, pero cuando llegó a la puerta de la bodega pudo oír a alguien cantar:
-Mayor, mayorcita, no vengas acá, tralará, tralará...

Con toda curiosidad se acercó y Zas!!! Las tres hermanas acabaron en el saco del gigante Tragón.
Con toda la preocupación del mundo la abuelita salió a buscar a sus nietas, y al llegar a la puerta de la bodega escuchó cantar:
-Abuela, abuelita, no vengas acá, tralará, tralará...
-Ay Dios mío, mis niñas, seguro que ese gigante malo las ha cogido...

Pues la abuelita ya conocía al malvado gigante.
Corrió y corrió en busca de ayuda pero no encontró a nadie, y sentada en una roca llorando por sus nietas, se le acercó una avispa a preguntar:
-Ancianita, ¿qué le sucede? ¿Se encuentra usted bien?
-Mis nietas, las ha raptado el gigante malo, pobrecitas mías.
-No se preocupe abuelita, ese malvado tendrá su merecido.

En seguida la avispa avisó a todas sus amigas del enjambre, y con voz de ataque gritaron:
-Vamos a por ese gigante malvado, hay que darle su merecido, ¡¡¡adelante compañeras!!!!

En el momento que el gigante malo salía de la bodega camino al bosque, todas las avispas empezaron a picotearle sin parar. Éste salió corriendo temeroso de los picotazos y olvidándose allá mismo del saco con las tres pequeñas.
Las niñas pudieron salvarse de las garras del gigante malo gracias a unas avispas muy avispadas.
Finalmente, la abuelita y sus tres adorables nietas marcharon a casa para merendar un rico pan con miel.
FIN

EL DESEO DEL NIÑO JALIS


Esta es la historia de un niño que sabía que no era una persona adulta. A la infancia no se le han reconocido sus derechos hasta el siglo pasado, tampoco a los niños y las niñas se les han tratado como a tales sino como a "personas adultas en miniatura sin derecho a ser escuchadas.

Me llamo Jalis. Nací en Toledo en el año 1436. La llaman "la Ciudad de las Tres Culturas" porque viven judíos, castellanos y árabes. A mí eso me gusta mucho porque puedes estar horas y horas viendo a gente pasar con ropas diferentes; transportando comidas diferentes; hablando lenguajes diferentes. Nadie choca con nadie y si se cruzan sus caminos, se regalan sonrisas que valen más que mil palabras. Yo soy bastante feliz, no puedo quejarme por la vida que tengo.
Desde la ventana de mi cuarto se ve el puente de Alcántara; en la mesa de mi casa siempre hay cous cous; hasta he aprendido a leer y escribir. Pero a veces pasan cosas que no entiendo y que me gustarían que cambiasen. En una ciudad como Toledo lo veo menos, pero en cuanto sales de Toledo por la Puerta del Sol...

Mi padre es alfarero. Vende sus vasijas, platos y otros cacharros por los pueblos de la Mancha. Yo le acompaño y le ayudo. A veces mientras vamos por los caminos, me siento en la parte de atrás del carro y miro. Miro a la gente que pasa y veo todo lo que pasa. Veo a personas de mi edad caminando con los pies desnudos, cargando sacos más grandes que ellas. Veo a mujeres muy jóvenes llevando un recién nacido en sus brazos. Veo a mucha gente trabajar en los campos de sol a sol. No se quejan, nadie se queja. Cuando llegamos al mercado veo a hombres y mujeres comprando acompañados por sus hijas e hijos. Se nota que los quieren, pero me llama la atención que ni las niñas ni los niños eligen las frutas, pero sí cargan con la compra, pero sí limpian a los animales, pero no me miran a los ojos. Tampoco me hablan y no puedo adivinar lo que piensan.

Al caer la tarde, cuando se termina el mercado, regresamos a casa y sino esperamos en el pueblo a que llegue el día siguiente. A mí me gusta quedarme en los pueblos porque así puedo descubrir cosas maravillosas en las mercancías de los demás vendedores, en las calles e incluso puedo conocer a gente nueva. Y es que el mayor tesoro que he descubierto es la amistad con otros niños y niñas que como yo viajan, ven y además, hablan. Podemos pasarnos toda la noche contándonos cosas que escapan al ojo de las personas adultas y es que los niños y niñas somos como los gatos en la noche. Lo vemos todo.

Una noche de luna llena, alguien dijo - Y eso qué cuentas, ¿lo has hablado con tu padre? - Se hizo el silencio y todos nos dimos cuenta de que no hablábamos con las personas adultas. Nunca nos habíamos planteado que existía la posibilidad de que nos escuchasen.
Hoy cumplo nueve años. Mientras vamos en el carro camino de casa, pienso en el recibimiento que me harán. Sé que mi madre habrá preparado mi comida favorita; que mi abuelo m habrá construido un juguete; que mi hermana mayor me contará mi relato preferido. Lo que no sé es si mi padre me hará el regalo que más deseo.

- Papá, me gustaría contarte una cosa.
- Habla Jalis, te escucho.
Lo ha hecho. Mi padre, sin saber que es el mejor regalo que me puede hacer, me ha regalado su escucha. Gracias papá por tratarme como a un niño con voz.
FIN

miércoles, 12 de agosto de 2009

MIRANDO LAS ESTRELLAS



Había una vez un niño llamado pedrito, que siempre solía salir al rió con su abuelo, ellos iban todas las noches a mirar las estrellas, y mirando las estrellas el abuelo contaba muchas historias a su nietito pedrito, pero había una que siempre contaba mas.

El abuelo de pedro decía: las almas de nosotros son como unos bichos inquieto que siempre busca estar feliz y alegre, estas almas no tienen patas, necesitan que los lleves de un sitio a otro, por eso viven en nuestro cuerpecito como el tuyo y el mió. Dijo el abuelo.

¿Y nunca se escapan? Pregunto pedrito. Claro que si pedrito dijo el abuelo, las almas llevan muy poquito tiempo dentro de nuestro cuerpo, porque cuando se dan cuenta de que el sitio donde están mejor es en cielo, se van siempre al cielo, pues cada alma busca una estrella y cuando la encuentran es feliz y se va al cielo donde se sentirán mejor.

Paso el tiempo y el abuelo de pedrito murió, pedrito se puso a llorar y estaba muy tiste, pues tenia una gran pena de no volver a ver jamás a su abuelo que le contaba muchas historias y que a el le hacia muy feliz, pero pedrito dejo de llorar por que recordó lo que le dijo su abuelo, y comprendió de que su abuelo encontró su estrella y esta feliz en el cielo.

Fin

LA SOMBRA


Hubo una vez una princesa, que vivía rodeada por un lago peligroso, pues a la princesa le habrían hecho un conjuro y por eso no podía salir de aquel lugar.

Un día todos los hombres decidieron ayudarla, pero solo había una forma de ayudarla, y era caminar hacia el lado mas profundo del bosque, pero aquel bosque era muy peligroso, la princesa advirtió que era muy arriesgado, y no seria nada fácil, porque tendrían que llegar hasta encontrar la piedra encantada que rompería el hechizo.
Los hombres se mostraron bien fieles y valientes, porque a pesar de todo el peligro decidieron ir rumbo a la profundidad del bosque.
Aquellos hombres caminaron mucho, y por el camino iban desapareciendo cada uno de ellos, ya que cada vez era más peligroso al enfrentarse con horribles monstruos, serpientes, animales grandes y bestias, muchos de ellos se rindieron y se regresaron a mitad de camino.

Siguieron caminando, faltando poco para llegar a donde se encontraba la piedra encantada, pero había un hombres muy valiente y fuerte que se había enamorado de la princesa y quería ayudarla, este hombre vio que todos los habían abandonado menos uno ¿ porque no me abandonaste como los demás? Porque prometí ayudar a la princesa y estar contigo hasta el final, aquel se llamaba sombra y gracias a la lealtad de la sombra y el hombre, encontraron a la piedra encantada y rompieron el conjuro que le habían hecho a la princesa, así desapareció el lago peligroso y la princesita pudo salir muy feliz para siempre.

Fin

EL NIÑO RISUEÑO



Había una vez, un niño muy alegre y juguetón, era de aquellos niños que siempre se reían de todo, pues siempre en su rostro se mostraba risueño.

Un día llego un grande carrusel a la ciudad donde vivía el niño risueño, aquel carrusel era muy grande y de muchos colores, por eso a todos los niños de la ciudad le gusta pasearse y sentir la adrenalina, por su puesto que el niño risueño también participo.

¡Haaaaaaaaaaaa! ¡Haaaaaaaaaaaa! gritaban todos los niños, junto con el niño risueño, que no podían para de gritar y exclamar la profunda alegría y diversión que sentían

El carrusel solo estaría por una semana, y pronto tendría que marcharse rumbo a otra ciudad. Pero mientras el carrusel estaba en la ciudad el niño risueño junto con sus grandes amigos hacían de las suyas.

Un día por la tarde cuando el niño risueño y sus amigos se reunieron para ir de nuevo al carrusel. Pero se dieron una gran sorpresa ¿Pero que paso? ¿A donde se fue? Fueron las preguntas de los niños, muy sorprendidos porque vieron que aquel carrusel que les divertía mucho era desarmado por sus dueños, y no habían cumplido su día de semana como dijeron.

Los niños empezaron a llorar, ya que su diversión y su alegría no seria posible más, al ver y escuchar estos llantos, el niño risueño dijo: cálmense amigos el carrusel se ha ido, pero ara feliz a otros niños que aun no juegan, nosotros ya lo disfrutamos.

Entonces lo niños se calmaron y comprendieron que su amigo el niño risueño tenía mucha razón, y muy alegremente se propusieron jugar a las escondidas por todo el parque.

Fin

LA CASA ENCANTADA


Hubo una ves un niño que paseaba por un bosque lleno de animales, pero de prontote tanto caminar se encontró en el medio del bosque a una casita muy bonita y pequeña , en la puerta de aquella casa había un cartel que decía soy una casa encantada, si dices las palabras mágicas lo veras, entones el niño trato de acertar el hechizo y probo con abracadabra , tan ta ta chan y muchas otras, pero todo fue en vano, y rendido cayo al suelo suplicante diciendo ¡por favor casita ¡ y entonces se habría la puerta , oh¡ todo estaba oscuro menos un cartel que decía , sigue haciendo magia ,entonces el niño dijo: gracias y de pronto se ilumino la casa de muchas luces y había muchos juguetes, paletas y chocolates.
El niño muy contento regreso a su casa para llevar a sus amiguitos a la casa encantada, todos sus amigos entusiasmados fueron para jugar y disfrutar de las paletas y chocolates.
Y por eso se dice siempre que por favor y gracias son las palabras mágicas.

Fin

martes, 11 de agosto de 2009

LA LECCION



Hubo una vez un grupo de niños muy malos, en una ciudad muy linda llamada ámbar, estos niños se dedicaban a molestar a los viejitos de un acilo, aquellos no respetaban a los pobres ancianos, que casi no podían ver ni hablar, y que a las justas caminaban.

-estos niños se la pasaban diciendo: viejo torpe, feo, viejo tonto.

Un día al despertar cada niño se asusto al mirarse al espejo, y es que no lo podían creer, eran unos horribles viejos con canas.

¿Que abría pasado?........ (se preguntaron)

Pero al salir de casa otros niños, los insultaron y esta ves lanzándoles papeles envueltos, viejos, feos, canosos, portes, viejos etc. Fueron los insultos y gritos de otros niños.

Estos niños que tenían la apariencia de viejos se pusieron a llorar, entonces despertaron. Arrepentidos por como habían tratado a los ancianos, decidieron ir al acilo y pidieron perdón a los ancianos, ellos se sentían tristes ya que sabían que lo que hicieron estaba mal, habiendo aprendido la lección, aprendieron a respetar y valorar, tanto que a partir de ese día cuidaban a los ancianos y les llevaba sus frutas todos los días.

Fin

LA NIÑA DISCIPLINADA


Había una vez una niña llamada Liliana, que tenia un padre muy bueno, su padre todas las mañanas sacaba a Liliana a pasear, quien muy emocionada iba de la mano.
Pero un día el padre se enfermo y ella se puso muy triste, y enseguida preparo su remedio para que se recupere su padre, pues esto tomara días, así que ella se propuso limpiar, ordenar su casa, lo hacia todos los días.
Para Liliana era muy bonito mantener su casa limpia y ordenada, aunque su padre estaba enfermo ella trataba de que el. No se preocupase por la limpieza ya que ella lo tenía todo en orden.
Paso mucho tiempo para que su padre se recuperara, hasta que….
Un día salio el sol muy temprano, y de pronto se escuchaba pasos por el pasillo de la casa, y bajando la escalera.
¡OH! era el padre que ya se había recuperado y estaba muy asombrado por lo que su pequeña hija había hecho en la casa, pues estaba muy impecable, y con un aroma muy agradable.
Liliana se encontraba en la cocina haciendo el desayuno, el padre abrazo a Liliana con mucho amor y cariño diciéndole que era una niña muy buena y disciplinada. Liliana lo abrazo con alegría por su recuperación y le dijo que a partir de ahora le ayudara en la limpieza de la casa, porque a ella le gusta mucho limpiar y ordenar todo.
Su padre muy feliz salio a pasear con Liliana como lo hacia antes que se enfermara.

FIN

EL RATÓN DE CAMPO


Coky, era un ratoncito, que vivía feliz en el campo, correteando por los prados y respirando aire puro. Cuando tenía hambre, se acercaba a la casa de Adelina, una señora muy simpática, a la que le gustaba mucho hacer queso, el plato favorito de Coky.

Adelina tenía un gato, para que cuidara que ningún ratón entrará en la casa, pero era tan perezoso y dormilón, que aunque veía al ratoncito, no se molestaba en levantarse para cogerlo, así que Coky, comía tranquilamente, sin prisas y después salía al campo a dormir la siesta, ¡no le faltaba de nada!.

Un día recibió un mensaje de un primo suyo que vivía en la ciudad, Craci, que así se llamaba, le invitaba a pasar unos días con él, le decía que la ciudad era estupenda que le iba a gustar mucho y que lo pasarían muy bien. Coky se alegro mucho, pues hacía mucho tiempo que no veía a su primo, así que ese mismo día se puso en camino.

Cuando llego a la ciudad, el ruido de los coches le asusto mucho, menos mal que allí esta Craci esperándole, al verse se abrazaron con mucho cariño.

"¡Primo, que alegría estés aquí, lo vamos a pasar de miedo!" dijo Craci.

Coky seguía asustado, un coche estuvo a punto de atropellarlos, tuvieron que apartarse de un salto, ¡había tanta gente y tanto ruido!. Coky empezaba a arrepentirse de haber venido, " con lo tranquilo que estaba yo", pensaba Coky.

"Sígueme primo y no tengas miedo", dijo Craci

Por fin llegaron donde Craci vivía, el sótano de un gran hotel.

"Bueno Coky, ahora vamos a comer"

Subieron deprisa, por una hermosa escalera y llegaron a la cocina, allí había de todo, Coky no sabía por donde empezar, "como vive mi primo" pensó. Cundo se disponía a darse un buen banquete, apareció una señora muy gorda y con cara de pocos amigos dando palos, " ¡malditos ratones, como os coja...!, gritaba la señora.

"Corre, corre que cono nos coja...", dijo Craci

Y corriendo se volvieron al sótano. Coky no podía más, cansado y hambriento, le dijo a Craci: " Querido primo, te agradezco tu invitación, pero esto no es para mi, me vuelvo al campo".

"Pero si esto es muy emocionante, ¿no te gusta la aventura?", dijo Craci

"Lo siento primo, pero yo me voy", contesto Coky

"Esta bien, peso si cambias de opinión ya sabes donde estoy" le dijo Craci.

Los dos se abrazaron y Coky emprendió el camino de vuelta. Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltarán las lagrimas, pero eran lagrimas de alegría ¡ya estaba en casa!. Estaba tan contento que se puso a dar volteretas por el prado que estaba lleno de margaritas, todo estaba tan bonito y se respiraba un aire tan limpio y puro.

Coky pensó: " que paz y tranquilidad, decididamente este es mi sitio" y se puso a gritar: ¡SOY UN RATÓN DE CAMPO!

EL JOVEN CENICIENTO



Hubo una vez un joven muy simpático, pero a raíz de que su mama murió, se quedo con su padrastro que tenia 3 hijos malvados igual que el padrastro de ceniciento.

El hacia los trabajos más duros de la hacienda como lavar y ensillar los caballos, regar la chacra, sembrar y cosechar.

Pero también poner todos los días la leña a la chimenea es por ella que siempre se ensuciaba de cenizas y estando así en esas fachas, pues los hermanos lo llamaron ceniciento.

Un día el señor de la hacienda más grande del pueblo, anuncio una gran fiesta, que invitara a todos los jóvenes de las haciendas.

-ceniciento tu no iras por que hay mucho que debes hacer, como terminar con las cosechas, lavar los caballos y ensillarlos para mañana.

Al escuchar esto los hermanos se burlaron y no hicieron nada de su trabajo, para que el pobre ceniciento lo haga y tenga más trabajos aun.

Llego el día de la fiesta y los hermanos dejaron corbatas y trajes que estuvieron en selección tirados en el cuarto.

Ceniciento se fue ha seguir con la cosecha, pero no pudo contenerse y lloro y lloro sintiéndose inferior a los hermanos que eran muy despiadados.

En medio de tanto llanto apareció una mujer de blanco, era aquella madre que perdió hace muchos años.

-no te preocupes hijo, exclamo la mujer.

Tu también iras a la gran fiesta pero tendrás que regresar que regresar a las 12pm sin falta.

Y tocándolo con su varita mágica lo transformo en un apuesto caballero.

Llego ceniciento a la fiesta, causando mucha admiración por todos.

Pero en seguida la princesa y bailaron toda la tarde, hasta que ya tocarían las 12pm y ceniciento le dio un beso en la mejilla a la princesa y se fue,

En su desesperación por irse se golpeo el brazo con el muro y se le desprendió su reloj.

Pero la princesa lo recogió y lo guardo en su cartera.

-pasaron los días y el padre de la princesa ordeno que aquel caballero que le entalle el reloj se casaría con su adorada hija.

Todo el mundo se probaba el reloj, hasta los hermanos, pero a nadie le quedaba el reloj.

De pronto ceniciento después de haber terminado con la cosecha se probó el reloj y ohhhh precisamente era de su talla.

Así la princesa y ceniciento se casaron y fueron muy felices por siempre.

EL CARPINTERO DE CORAZÓN DE ORO


Érase una vez un pueblo muy, muy lejano, en el que vivía un carpintero muy especial:

Jonás era el carpintero del barrio y aunque tenía su pequeño taller varias calles más abajo, todo el vecindario sabía que podía acudir a él, ya que tenía un corazón de oro y ayudaba a la gente sin pedir nada a cambio, salvo una sonrisa de agradecimiento.

-La puerta ha quedado perfecta-, indicó Jonás mientras comprobaba las bisagras por última vez. A continuación recogió su caja de herramientas y se despidió de sus vecinos sin querer cobrarles nada por el trabajo, ya que sabía que aquella gente era muy pobre y no tenían apenas dinero.

Ya en la calle se encontró con Alonso, su buen amigo el zapatero, con el que se detuvo a charlar animadamente hasta que el reloj de la torre de la iglesia le indicó que era hora de volver a casa. A su regreso a la carpintería Jonás dejó la caja de herramientas encima de la mesa y se quitó el mandil para dejarlo colgado de una percha de la pared, pero en ese momento algo llamó poderosamente su atención: allí, encima de la mesa, justo al lado de la caja de herramientas, había una bonita y reluciente moneda de oro.

-¿Quién habrá olvidado aquí esta moneda?-, pensó mientras se rascaba la cabeza con la mano derecha. -Seguramente se la habrá dejado olvidada alguno de mis clientes- concluyó mientras cerraba la puerta del taller para dirigirse a casa. Jonás pasó toda la noche pensando quién podría ser el dueño de aquella moneda y solo se le ocurrió que ya que no podía saber a quién pertenecía, lo mejor sería entregársela a Juana, una señora del barrio, muy pobre y con muchos hijos; de modo que al día siguiente, de camino a la carpintería, entregó la moneda a la mujer que se puso muy contenta.

Ya en el taller sus tareas le mantuvieron ocupado hasta la hora de comer y fue en aquel momento, al dejar el martillo encima de la mesa, cuando observó un resplandor dorado similar al del día anterior, solo que en esta ocasión no se trataba de una si no de dos enormes y relucientes monedas de oro. Jonás abrió unos ojos como platos ya que en esta ocasión no podía tratarse de otro descuido de manera que, aún sorprendido, optó por guardarse las dos monedas en el bolsillo del pantalón.

Aquella tarde recibió la visita de otro vecino. El hombre acudía a pagar al carpintero por haberle arreglado el tejado de su casa, pero con lágrimas en los ojos le dijo que le era imposible pagar, pues no tenía trabajo ni dinero. Jonás le escuchó atentamente y le contestó sonriendo: -no debes preocuparte; no hace falta que me pagues nada-. El hombre agradecido le abrazó y Jonás salió a despedirle hasta la calle de forma que cuando entró de nuevo en el taller encontró otras dos monedas de oro brillando encima de la mesa. El carpintero, incrédulo, se frotó los ojos al descubrir este nuevo tesoro y apresuradamente las recogió y se las guardó en el bolsillo junto a las otras.

Durante toda la noche y el día siguiente el buen carpintero estuvo buscando una explicación a lo sucedido y llegó a una conclusión: cada vez que ayudaba a alguien, recibía una recompensa en forma de monedas de oro.

Para tratar de comprobar su teoría recogió la caja de herramientas y acudió a la casa de un vecino al que tenía que arreglarle una ventana. Una vez en su casa le arregló el marco de la ventana y no solo no le cobró sino que además le ajustó una bisagra de la puerta que chirriaba. Después de recibir el agradecimiento del buen hombre, Jonás corrió hacia su taller apresuradamente, abrió la puerta y....¡¡efectivamente!!, encima de la mesa aparecían cuatro monedas de puro oro.

Jonás cerró la puerta tras de sí y la atrancó con un cerrojo; recogió las monedas y las guardó juntó con las demás.

Así fueron pasando los días y Jonás fue amasando una fortuna, aunque también y sin darse cuenta, su codicia también iba en aumento.

Hasta que un buen día el carpintero entregó una limosna a un ciego a la puerta de la iglesia y corrió al taller esperando su recompensa. Cual fue su sorpresa cuando en lugar de una pieza de oro lo que había encima de la mesa era una vulgar moneda de hierro. Confundido, el carpintero salió de nuevo a la calle y a la primera persona que se encontró le entregó una cantidad de dinero aún mayor que la del ciego; a continuación entró corriendo al taller y buscó y rebuscó sus monedas de oro: Revisó el banco de trabajo, arrojó al suelo toda la herramienta e incluso se arrodilló delante de la mesa para buscarlas por el suelo; pero lo único que halló fueron dos miserables monedas de hierro.

Enfurecido y aterrado optó por llevar su tesoro al Banco de la ciudad para ponerlo a salvo, así que recogió su cofre de monedas y salió. En el camino se encontró con su amigo el zapatero que le saludó cortésmente pero Jonás, mas preocupado por su dinero que por sus amigos, no tuvo tiempo de responder al saludo.

Todos los días acudía el carpintero al banco a contar sus monedas. Se había convertido en una persona desconfiada, malhumorada y con un corazón de hierro. Pero una mañana, al abrir el cofre, descubrió que sus amadas monedas doradas se habían convertido en vulgares monedas de hierro. Furioso por el engaño pidió explicaciones pero nadie en el banco se las pudo dar, de modo que Jonás tuvo que darse por vencido y echarse a llorar.

Ya de camino a casa, desolado y cargando con su cofre lleno de monedas sin valor, cruzó por delante de una pequeña herrería. Al verle pasar, un viejo herrero salió a su encuentro para pedirle una limosna. Jonás le miró de arriba a abajo y después de pensárselo unos segundos, sonriendo, le entregó el cofre. El viejo lo abrió y su cara se llenó de una gran alegría, ya que con aquellos trozos de hierro sin valor, podría forjar decenas de herraduras con las que poder dar de comer a su familia.

El carpintero le siguió con la mirada mientras el viejo se alejaba feliz con el cofre y, mas reconfortado, continuó su camino. Al llegar a la carpintería se puso el mandil para comenzar a trabajar y entonces observó que encima de la mesa había una reluciente moneda de oro.

De esta manera Jonás aprendió que la verdadera recompensa está en ayudar y no en esperar nada a cambio.

EL NIÑO QUE QUERIA VOLAR



Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el rato contemplando el volar de las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión de siempre era volar algún día como los pájaros.

—Pero Pedro ¿como llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio?

—He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas.

—Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila ¿además no tienes plumas?

—Ya lo se mamá, pero es superior a mi.

—Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.

Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar como ellas?

Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuentas y se sobresalto un poco.

— No te asustes Pedro —le dijo la joven, con una voz muy dulce—.

—Esa sería mí mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito, bastante desanimado—.

—Por que dices eso, de que nunca podrás hacerlo – le preguntaba la joven —.

—Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo aunque me guste mucho.

—No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes.

—De que valores me habla usted.

—Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los ojos y pensar en volar.

—Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado.

—Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo.

Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas.

Cuando pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “sigue siempre así y cuando quieras volar, solo tendrás que cerrar los ojos”.

Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que tanto deseaba.

En uno de sus muchos vuelos, vio a un amigo caerse en un pozo ciego y su rápida actuación salvo su vida.

Pedro estaba muy contento, por que además de hacer lo que tanto deseaba (que no todos lo consiguen), se dio cuentas que podía ayudar a la gente y eso le hacía la persona más feliz del mundo.